EL POSITIVISMO EN ARGENTINA

Las primeras publicaciones de criminología

Dr. Daniel Navarro

La llegada de las ideas positivistas.

“positivismo. (…) familia de doctrinas que exigen que se atienda únicamente a los hechos positivos (experiencias) y que afirman que las teorías sólo resumen datos y nos ahorran pensar” (Bunge, Mario. Diccionario de filosofía)

“Es necesario decir y pensar que siendo, se es; pues es posible ser y la nada no es. Estas cosas te ordeno que proclames” ( Parménides, fragmento 6, traducido por Néstor Luis Cordero).

Las ideas positivistas, en Argentina, adquieren un fuerte desarrollo, tal es así que el nuestro es el primer país, no ya en América Latina sino en el mundo, en publicar un libro sobre criminología clínica (Criminología, de José Ingenieros), así como el primero en ponerla en práctica en el campo penitenciario. Además es el primer país de lengua castellana en publicar una revista especializada en criminología postivista, la Revista Criminal, dirigida por Pedro Bourel y fundada el 1 de enero de 1873, se edita durante un año, con diez entregas.

En 1898 surge otra publicación de mayor especificidad “científica”: Criminología Moderna, dirigida por Pedro Gori. Se editan 20 números hasta agosto de 1900. Cuenta entre sus colaboradores a los más ilustres representantes de la escuela positiva italiana: Cesar Lombroso, Enrico Ferri, Rafael Garofalo y Roberto Ardigó. Colaboran también los argentinos: Francisco Ramos Mejía, Luis María Drago, José Ingenieros, Norberto y Horacio Piñero y otros intelectuales de la época.

Señala Eusebio Gómez: “Los primeros trabajo de Ingenieros sobre criminología datan de 1899. Aparecen publicados en Criminología Moderna, interesantísima revista que Pedro Gori fundara en 1898. Por aquel entonces las nuevas tendencias penales no eran suficientemente conocidas entre nosotros. Norberto Piñero las había expuesto, años antes, con singular valentía, en su Cátedra de la Facultad de Derecho, suscitando la violenta oposición de los ortodoxos. El mismo Piñero, Francisco y José María Ramos Mejía, Luis María Drago y Rodolfo Rivarola habían tratado de difundirlas en la Sociedad de Antropología Jurídica por ellos fundada. Pero la verdad es que en aquellos días hasta el momento de la aparición de la revista de Gori, el positivismo penal no se adueñaba del pensamiento científico argentino. Criminología Moderna realizó una obra de divulgación eficacísima, a la que concurrió Ingenieros desde su iniciación. Publicó allí un estudio sobre los Deliquenti che scrivono, de Lino Ferriani, lleno de agudísimas observaciones sobre la psicología de los delincuentes revelada por su literatura, principalmente epistolar. “

Pedro Gori era un prestigioso abogado y jurista italiano, expulsado de Italia después de una condena de 21 años de prisión dictada por el Tribunal de Milán por su participación en los levantamientos populares de 1898, arribado a Argentina el 21 de junio del mismo año, se incorporó activamente al movimiento anarquista y a los ámbitos académicos, siendo designado profesor huésped de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. A los pocos meses de su llegada al país, funda la revista Criminología Moderna, destinada al estudio positivo de la criminalidad, donde se publican artículos originales de derecho penal, medicina legal y criminología.

La partida de Gori en agosto de 1900 suspende la aparición de la revista, siendo continuada en el tiempo por los Archivos de Psiquiatría y Criminología, fundada por Francisco de Veyga en 1902, dirigida por José Ingenieros hasta 1911, de la que se editan 12 tomos.

Señala Rosa del Olmo que, si bien fueron médicos los que introdujeron la escuela positiva en Argentina, fueron los abogados quienes se encargaron de difundir esa doctrina y cita a Jiménez de Asúa “en esa época los positivistas se adueñaron de la enseñanza del derecho penal”, siendo Norberto Piñero, el primer penalista en referirse al tema en su clase inaugural de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires, en 1887, ferviente partidario de la Escuela Positiva, profesor titular de la cátedra de Derecho Penal, marcando el inicio de la orientación positivista en los ámbitos académicos del derecho penal argentino. En 1988 publica Problemas de Criminalidad. Sobre las causas del delito.

II.- La Sociedad de Antropología Jurídica.

En 1888 se crea, por iniciativa de Luis María Drago (Fiscal del Estado por la Provincia de Buenos Aires), la Sociedad de Antropología Jurídica constituida por Norberto Piñero, así como Francisco Ramos Mejía (presidente), José María Ramos Mejía, Luis María Drago, Rodolfo Rivarola, Manuel Podestá, Lucio Menéndez (director del Hospicio de Las Mercedes), Florentino Ameghino y Manuel Podestá, entre otros, todos pertenecientes a la llamada ‘generación del 80’. La Sociedad fue creada con el fin de estudiar la criminalidad. Tuvo una intensa actividad académica dedicada a promover la Escuela Positiva. La conferencia inaugural fue dictada por Francisco Ramos Mejía, y se intituló: “El delito, el delincuente, la responsabilidad, la pena y el derecho de castigar en los principios fundamentales de la Escuela Positiva de Derecho Penal”. Allí se apunta: “Nuestro siglo es inminentemente positivo y experimental, ya no hay conjunto de conocimientos que merezcan el nombre de ciencia sino los que se apoyan en el escalpelo, en la balanza, en el microscopio, y las ciencias políticas y sociales mismas, aquellas que menos atingencias parcen tener con las ciencias naturales, están ya fuertemente impregnadas de positivismo. Todas reciben su luz de la gran ciencia social, la sociología, que no ella misma sino una rama de la más vasta y complicada de las ciencias, la biología, que con más razón que cualquier otra puede llamarse el alma parens de la ciencia natural del hombre”

Entre los fundadores de la Sociedad, se destaca José María Ramos Mejía, quien crea la cátedra de enfermedades nerviosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, y escribe un importante trabajo ‘Las neurosis de los hombres célebres en la Argentina’. Ramos Mejía va a ejercer notable influencia sobre el resto del grupo. Acerca de él escribe Ingenieros: “La labor de Ramos Mejía como escritor médico es abundante; la mayor parte de sus estudios médico legales ha quedado dispersa en revistas técnicas o inédita. Un buen lote, de gran mérito está reunido en el volumen “Estudios clínicos sobre las enfermedades mentales”…”Sus lecciones y sus estudios médico forenses versan sobre la degeneración, las neurosis y las enfermedades mentales. Bien merece el título de iniciador de la psiquiatría argentina, ya que ningún otro de sus predecesores o contemporáneos ha enriquecido con estudios de tanto mérito la bibliografía nacional (…) Su influjo de maestro fue más visible entre los hombres jóvenes, que supo atraer con el doble prestigio de su virtud personal sin aspavientos y de su vasta ilustración sin solemnidad. Así fuimos discípulos suyos una docena de profesores, alienistas y escritores: José Semprún, Francisco de Veyga, Luis Agote, Fermín Rodríguez, Horacio Madero, Fernando Álvarez….y yo, mereciendo el titulo más honroso y significativo de Maestro”.

El diario La Nación informa de la constitución de la Sociedad: “Los numerosos adeptos con que cuenta entre nosotros la nueva escuela, la decisión que demuestran los fundadores y la misma composición de la comisión directiva, hecha con particular acierto, son otras tantas garantías de que la iniciativa del Dr. Luis María Drago para fundar un centro esencial de este género de estudios, será conducida por buen camino”

El 27 de junio de 1888, José María Drago, dicta la segunda conferencia “Los Hombre de presa”, que a posteriori amplía y publica, enunciando las principales ideas de la escuela. Se lo considera el primer libro de criminología de América Latina, y fue traducido al italiano con prólogo de César Lombroso. En este estudio considera las características morfológicas y fisionómicas como de segundo plano frente a las características psicológicas del delincuente, piensa al criminal como un individuo biológicamente distinto, al delito como un fenómeno determinado por fenómenos biológicos y sociales, y aboga por la necesidad de la defensa social frente a los individuos peligrosos, considerando a la pena como un medio de eliminación de los inadaptados a la vida social.

Rodolfo Rivarola dicta la tercera y última conferencia, antes del cierre de la Sociedad ese mismo año, disertando acerca de la ‘Crítica de la pena de muerte en el derecho penal argentino’

La Sociedad de Antropología Jurídica desaparece, luego de brindar estas tres conferencias entre mayo y agosto de 1888, debido a la crisis económica, pero las actividades de sus integrantes no cesa en pro del positivismo; así, sucede, por ejemplo que Norberto Piñero, Juan José Matienzo y Rodolfo Rivarola participan de la Comisión de reforma del Código Penal del 7 de junio de 1890, resultando una propuesta de reforma presentada en 1891, influenciada por el Código Penal Italiano de 1889 que presenta un proyecto de 352 artículos.

Por influencia de la Antropología Criminal, existen, desde 1889, servicios de antropometría en la Policía de la Capital Federal, dirigidos por Agustín Drago. En 1891 se crean en la Policía de la ciudad de La Plata, siendo Juan Vucetich el encargado de dirigirlos, quien adquiriría fama internacional años más tarde, al idear el sistema de identificación por huellas digitales.

Señala Rosa del Olmo “(…) llama la atención el hecho de que los planteamientos de la Escuela Positiva, y concretamente el interés por la criminología, surgieran en Argentina tan temprano en comparación con la mayoría de los países de América Latina. Ello tiene, sin embargo, su explicación si se examina la historia de ese país y sus condiciones sociopolíticas. Habría que analizar en ese sentido no sólo la situación interna del país, sino también sus vinculaciones externas con Europa y el papel que desempeñó tan temprano dentro de la división internacional del trabajo. Ese lugar destacado exigía un esfuerzo para equipararse a los países desarrollados (…)Es la época del nacimiento de la Argentina moderna, sus dirigentes tenían que preocuparse por organizar al país dentro del mundo capitalista, y ello implicaba corregir y ordenar lo que considerasen que podría perturbar esa inserción”

La generación del 80 intenta plasmar un proyecto de nación, adhiriendo, tanto en lo filosófico como en lo científico, al positivismo; es la época en que la Argentina se plasma como un Estado Nacional, con un poder centralizado, federalizando a la Ciudad de Buenos Aires, e intenta su articulación al mercado mundial recibiendo una gran corriente inmigratoria. Paralelamente, se produce el desarrollo industrial, la concentración urbana y el desarrollo del proletariado. Es la elite intelectual que acompaña este proceso, su filosofía es el positivismo, que plantea que sólo puede explicarse la realidad a partir de los datos empíricos, con una tenaz oposición a la metafísica; el mundo es producto de un conjunto de hechos individuales observables y todo saber abstracto es producto del ordenamiento y la clasificación de los datos experimentales; existe un método científico único para todas las ciencias (naturales, físicas, sociales) y los juicios de valor carecen de importancia cognoscitiva.

Existieron dos corrientes dentro del positivismo local, la Comteana fundada por Sarmiento y la Spenceriana que se basa en el evolucionismo y el biologicismo, con una gran influencia en la vida política, siendo sus más destacados intelectuales los que se dedican a la psiquiatría y la psicología. Trataron de interpretar los fenómenos históricos y sociales con los principios de las ciencias naturales; en esta corriente encontramos a José María Ramos Mejía, Carlo Bunge y José Ingenieros como los más destacados, además de Rodolfo Rivarola, Luis María Drago, Norberto Pinero, Emilio Mitre, etc.

Uno de los problemas que intentaron resolver fue el de la marginalidad, creada a consecuencia del nuevo orden social; debía evitarse que esa marginalidad se trasforme un polo de discordia y de posible oposición al nuevo orden. La marginalidad se expresa a través de la delincuencia y de la locura.

Se crean instituciones que albergan, al tiempo que segregan, a los marginales, en lo que Hugo Vezzetti va a llamar complejo tecnológico de control de la locura, señalando además: “ciertas figuras de la locura y sus oscuros peligros se constituirán en una referencia fundamental de las representaciones que modelan la función de gobierno”

Vezzetti apunta: “un nivel de análisis del higienismo, de la reforma hospitalaria y las prácticas alienistas puede afirmarse en ese eje y explorar cómo, desde la higiene pública a la medicina mental y la criminología, ciertos intentos de medicalización de la conducta ciudadana (convergentes con disposiciones y prácticas jurídicas, penales, pedagógicas) están comprometidos en la exigencia de armonizar la modernización y expansión del aparato productivo con el control de la masiva conmoción demográfica debida al caudal inmigratorio”

Efectivamente, las condiciones sociales y laborales imperantes en nuestro país, unidas al importante flujo migratorio de la época, determinan un interés, que se anticipa a otros países de la región y aún de Europa, por la criminología y las causas y origen de los delitos. La inmigración resultará el índice de manifestación más clara de aquello considera “desviado”.

El primer censo nacional realizado en 1869 cuenta 1.877.490 habitantes. El censo de 1895 mostrará una población total de 3.959.911, con 1.004.527 extranjeros. En 1889 se da la cifra más alta de ingresos en el siglo: 75.599, con un 60% de italianos, que son los menos gratificados con pasajes subsidiados. Se pueden diferenciar dos períodos netamente diferenciados del acceso inmigratorio: el primero, de 1857 a 1890, amparado por la política de gobierno, el auspicio de formación de colonias, promoción de Leyes de Tierra, legislación sobre educación, etc. El segundo, de 1890 a 1914, marcado por la instalación en ámbitos urbanos y el consiguiente hacinamiento. Buenos Aires aumenta su población de 921.168 habitantes en 1895 a 2.066.165 en 1914, y similares aumentos se darán en ciudades del interior. Población urbana que será mano de obra asalariada para construir ferrocarriles y obras públicas o incipientes industrias, que vivirá en conventillos –en 1904 suman 2.462– y que en pocos años participará en los conflictos laborales, huelgas, etc. La inmigración desde entonces se calificará como “espontánea”, de modo que no cuenta con protección específica del gobierno. El máximo caudal de ingresos se dará entre 1904 y 1913, con 2.895.025 inmigrantes de los que emigran 1.356.785, que representa el más alto nivel de migración golondrina. El Censo de 1914 arroja un total de 7.895.025 personas, de las que 5.527.785 son “argentinas” y 2.357.952 extranjeras (vale decir un 30% sobre el total).

Este aluvión migratorio determina que Buenos Aires en pocos años duplique su población, trayendo consigo los problemas sociales determinados por la conflictividad social que esto genera: la escasez de trabajo y de vivienda y los primeros conflictos obreros. Es que el inmigrante europeo llega al país y en su mayoría su pensamiento tenía una clara influencia del socialismo y del anarquismo. Las clases dominantes empiezan a considerar los problemas derivados del importante flujo migratorio. Los inmigrantes pasaran a constituir un grupo de sujetos frente a los que es conveniente que el Estado Nacional controle y vigile, frente al peligro potencial que representan. Como advierte Luis María Drago : “Si es bueno que abramos los brazos y brindemos nuestro suelo al honrado trabajador que viene a fertilizarlo con su esfuerzo es también necesario tomar precauciones contra esa masa indiferenciada de aventureros y criminales, que, mezclada con la corriente inmigratoria, aumenta cada día el número de actividades nocivas”

Crece la población porteña y correlativamente crece el número de niños, fundamentalmente de los sectores más pobres, los cuales vienen a ocupar el espacio callejero, preocupando a los sectores dominantes. La inmigración, la pobreza y la niñez abandonada aparecen como preocupaciones y destinatarios de procedimientos disciplinarios estatales, convirtiéndose en objetos del discurso científico y políticos, amen de objetos de observación, prevención y control, convirtiéndose en núcleo estratégico del proyecto modernizador. La mirada se centro fundamentalmente en los menores provenientes de los sectores populares, quienes al vivir en los espacios hacinados y reducidos de los conventillos, van a habitar las calles de Buenos Aires, jugando, vagando, ejerciendo oficios callejeros, pidiendo limosnas a la salida de las iglesias . Se construye la imagen del niño pobre como mendigo, vagabundo, delincuente, canillita o lustrabotas. A la vista de los intelectuales y profesionales positivistas la familia obrera era considerada como un campo de prácticas consideradas potencialmente peligrosas para el orden social. Se constituye el campo de la niñez como problema especifico donde van a participar médicos psiquiatrías y legistas, abogados, criminólogos. Se realiza una valoración negativa de los sectores bajos de la sociedad donde crecían los niños, convirtiéndose este en un sector estratégico del proyecto de modernización, con ese sentido se fundan instituciones destinadas a ‘encauzar’ y ‘corregir’ a los menores.

Hace exactamente un siglo, dirá Ingenieros “Pero lo grave no es que los niños no aprendan un oficio en esa edad, puesto que no seria conveniente por razones elementales de higiene. Lo grave es que en esa ocupación se contraen hábitos de ocio y de vagancia que inhabilitan al niño para prender un oficio cuando llega a una edad conveniente. Hemos visto que solo una pequeña minoría sigue siendo industrial hasta los 14 años, edad en que sus padres lo obligan a ingresar a un taller para hacer el aprendizaje. Los demás, acostumbrados a la vida libre de la calle, sino caen en la vagancia y en el delito, aprenden necesariamente a detestar el trabajo en los talleres. La venta de diarios se hace en condiciones de extraordinaria libertad, al aire libre, en pleno baño de luz, en una alegría llena de imprevisión y de peligros, con plenitud de movimientos y multiplicidad de acción. ¿No es lógico que un niño crecido y adaptado en ese ambiente mire como una condena sombría el taller, donde se le hará trabajar bajo la tiranía del capataz, falto de luz, de aire, de higiene, exigiéndose a sus músculos no bien desarrollados un números de horas de trabajo excesivo que no puede resistir, sin mas perspectivas que la anemia, el agotamiento prematuro o la tuberculosis?”

La niñez se constituye así como problema para la clase dirigente y por ende de los positivistas “No se trata de criaturas vagabundas, huérfanas sin hogar, entregadas a la vida errante de la ciudad sino de niños de hogares pobres. De esta manera, la calle y la comisaria, son las dos aulas en donde se educan. ¿Cómo retener encerrados en los hogares pobres, sin luz y sin aire, sin patio… a numerosas criaturas máxime si sus padres tienen que abandonarlas para acudir a sus trabajos fuera del hogar?”

Será necesario entonces establecer para los niños dispositivos de control y clasificación, se crearan las instituciones destinadas a albergar aquellos niños anormales, abandonados, delincuentes, callejeros …. La medicina va a contribuir a través de la higiene pública, la psiquiatría, la medicina legal y la criminología, como auxiliar del estado para el control social, a la creación del cuerpo teórico dirigido a la detección y normalización de los niños anormales.

III.- Precursores del positivismo criminológico

1.- Francisco de Veyga dicta el primer curso de Antropología y Sociología Criminal durante 1897, en la Cátedra de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires; en 1899 es designado director del Servicio Policial de Observación y Reconocimiento del depósito de contraventores varones nombrando a su discípulo, José Ingenieros, como jefe de clínica. Se inicia así la investigación criminológica clínica en nuestro país. “Era necesario buscar un laboratorio vivo, el antro sombrío donde caían los detritus sociales” dice de Veyga acerca del Servicio de Observación. Para Vezzetti la transformación del depósito en espacio de observación supone un cambio radical en la tecnología aplicada, “Ante todo, una función policial de control y represión de la marginalidad funda un espacio de producción de conocimiento. Allí nace la clínica criminológica y el detritus se transmuta en valor, para el progreso de la ciencia positiva”

Veyga alcanzará a posteriori el grado de General de la Nación inaugurando la disciplina médico militar. Este camino iniciado por Veyga es continuado y profundizado por Ingenieros, quien inicia el estudio directo del delincuente, inaugurando, en nuestro país, la criminología clínica.

2.- José Ingenieros nace en Palermo, Italia, el 24 de abril de 1877. Sus padres emigran Uruguay, viviendo su infancia en Montevideo. Llega a Buenos Aires en 1888 para estudiar en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Adhiere al Partido Socialista Obrero Argentino siendo estudiante universitario. Se recibe de médico en la Universidad de Buenos Aires. En 1904 recibe el premio otorgado por la Facultad de Medicina de la UBA a la mejor obra de Medicina por “La simulación de la locura”.

En 1899, a los 22 años de edad, es designado jefe de Clínica. En 1900 Veyga crea la Clínica de Psiquiatría Forense nombrándolo como director. De estos organismos surge en 1902 uno nuevo en el mismo Servicio Policial de Observación y Reconocimiento, la Clínica Psiquiátrica y Criminológica, designándose a Ingenieros como director. A esta clínica se incorpora, en 1903, un laboratorio de Psicología Experimental.

Escribe numerosos trabajos criminológicos: “Etiología y terapéutica del delito”, publicado el 10 de agosto de 1899 en “La Semana Médica”, dirigida por Veyga; “Criterios generales que orientan el estudio de los locos delincuentes”, publicado en febrero de 1900 en la revista “Criminología Moderna”, que dirige el penalista y dirigente anarquista Pietro Gori.

En 1910 escribe “Dos páginas de psiquiatría criminal”, publicado por la imprenta de la Penitenciaria Nacional, allí señala que el estudio de los locos delincuentes está todavía por hacerse. Eusebio Gómez, director de la Penitenciaria Nacional, dice acerca de este articulo: “Ingenieros señala que en un primer estudio deben establecerse las relaciones entre la locura y la criminalidad ante el concepto de degeneración; que se impone luego una clasificación de los delincuentes que asigne un sitio bien definido a los delincuentes locos y establezca sus relaciones con los demás delincuentes; que a continuación debe ser estudiada la etiología del delito, comprendiendo las causas relativas al ambiente cósmico, al ambiente social y, por fin, al individuo mismo. Ingenieros señala el interés que reclaman los factores genéticos individuales y establece que, después del estudio de la herencia, ascendente y descendente, se impone el análisis prolijo de los elementos fisiopatológicos y los elementos psicopáticos. En cuanto al estudio de la responsabilidad sostiene que tratará de fijar las bases del determinismo evolucionista como orientación del pensamiento científico contemporáneo y la consiguiente negación del libre albedrío y de la responsabilidad moral, sustituyendo por el criterio de la defensa social y de la temibilidad del delincuente.”

Publica, además, varios artículos en la revista que dirige Veyga “Archivos de Psiquiatría y Criminología”, entre otros: “Valor de la psicopatología en la antropología criminal” proponiendo en este trabajo dividir a la criminología en etiología criminal, clínica criminal y terapéutica criminal.

En 1902 funda y dirige “Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría”, que cambia de nombre en 1903 “Archivos de Psiquiatría y Criminología aplicada a las Ciencias Afines. Medicina Legal. Sociología. Derecho. Psicología. Pedagogía.”, de la que aparecen 84 números hasta 1913. Ingenieros señala en su libro la locura en la Argentina “los doce años de existencia de los archivos marcan la época de mayor lustre para la psiquiatría nacional, comentada con respeto por las escuelas psiquiátricas europeas.”

En los Archivos de Criminología colaboran médicos, abogados, sociólogos, funcionarios policiales, escritores y filósofos, el eje de la misma son los temas relacionados con el crimen y la locura, alcanzando una jerarquía reconocida internacionalmente.

Para Eusebio Gómez “El programa de la publicación define la posición científica de Ingenieros. Se propone el estudio de los hombres anormales. El homicida, el genio, el mentiroso, el pedastra, el filántropo, el avaro, el alienado, el ladrón, el apóstol, el sectario, el enamorado, el vagabundo, la prostituta, son en el concepto de Ingenieros, la levadura (buena y mala) que da vida y fermento a las agrupaciones sociales. No son individuos que eligen libremente la práctica de una actividad benéfica o perniciosa: son psiquis anómalas que, bajo determinadas condiciones del medio en que actúan, reaccionan de un modo determinado, sin que exista la posibilidad de que, ante iguales causas, reacciones de diversa manera. Tal la conclusión del determinismo científico aplicado a la psicopatología”.

El primer artículo que publica es “Valor de la psicopatología en la antropología criminal”, donde señala que el estudio de las anomalías morfológicas basta para referir esa anormalidad a la degeneración en general pero carece de valor específico como exponente de criminalidad y que lo fundamental son las anormalidades psicopatológicas. Tal es la posición que reflejara en su intervención en el V Congreso de Psicología (Roma, 1905) “Clasificación de los delincuentes según su psicopatología” que lo lleva a establecer una polémica con los creadores de la Escuela Positivista, Lombroso y Ferri, en el marco del V Congreso Internacional de Psicología (Roma, 1905) ya que señala que la antropometría de los delincuentes era análoga a la de todos los degenerados; la diferencia debía buscarse en la psicopatología. Recuerda Eusebio Gómez “Refiere el mismo Ingenieros en una crónica del Congreso, que Lombroso estaba a punto de encontrarse de acuerdo con él, cuando Ferri terció en el debate con el laudable propósito de poner un punto final, evitando la irrupción de inoportunas heterodoxias”

Este alejamiento de los fundadores de la Escuela Positiva responde al aggiornamiento de la doctrina italiana a las características sociales de la región (naciones dependientes y subdesarrolladas) y a las necesidades de las clases dominantes que toman de la doctrina lo que les resulta útil. En opinión de Olmo esta situación perdura hasta nuestros días, lo que explicaría, en parte, que en América Latina, la criminología no haya sufrido los mismos cambios que en los países desarrollados y que predomine una fuerte resistencia en relación a las nuevas concepciones del problema delictivo que se alejan del estudio etiológico del individuo delincuente.

En 1913 aparece la primera edición de su obra “Criminología”, allí señala que el objeto de esta disciplina es el estudio del delincuente, concebido esto como un ser anormal, psíquicamente, y peligroso. Llama a su escuela psicopatológica.

En 1906, a solicitud de Antonio Ballvé, Director de la Penitenciaria Nacional, el Ministerio de Justicia crea una Oficina de Psicología y Antropometría en la Penitenciaría Nacional, cuya dirección asume Ingenieros el 9 de junio de 1907, dando a la misma el carácter de Instituto de Criminología destinado al estudio de los delincuentes en sus aspectos orgánicos, psicológicos, desarrollo físico, intelectual y moral, condiciones ambientales en que se ha desenvuelto, estado psíquico previo al delito, durante el mismo y durante la condena, así como un pronóstico acerca de sus posibles acciones.

Señala Rosa del Olmo: “El Instituto de Criminología creado por Ingenieros es considerado el primero en el mundo que se propuso el estudio científico de los condenados como medio para determinar el tratamiento más adecuado para su readaptación. Allí se siguieron las enseñanzas de Lombroso y se adaptaron los criterios directos expuestos en la revista “Archivos de Antropología Criminal, Psiquiatría y Medicina Legal”, fundada por Lombroso en 1880, se inicia la antropología clínica….“Para Ingenieros el único estudio especifico de los delincuentes era su funcionamiento psíquico. El acto antisocial, el delito, es el resultado de un funcionamiento psíquico anormal. Esas anormalidades pueden ser según los casos morales, intelectuales o volitivas, pero todas pertenecen al dominio de la psicopatología. Ello no implica que descarte otros elementos, pero sí se puede afirmar que la mente ocupe un lugar prioritario en la clasificación de los delincuentes. Ello lo lleva a que señale como en el terreno jurídico debe sustituirse la responsabilidad moral por la responsabilidad fundada en la defensa social contra los delincuentes”

Ingenieros puso en práctica el programa descripto en su tratado de criminología con tres secciones: 1) Etiología criminal; 2) Clínica criminológica; y 3) Terapéutica criminal. El Instituto de Criminología permanece activo por espacio de 30 años; desaparece en 1934, cuando se pone en funcionamiento el Instituto de Clasificación creado por la ley 11.833, que abandona parcialmente el programa de Ingenieros.

Señala Ingenieros en su obra Criminología: “Nuestros primeros ensayos sobre esta materia (1899 a 1901) contenían, en germen, las conclusiones de los trabajos ulteriores bases para el estudio de los alienados delincuentes, predominio de la psicopatología criminal sobre la morfología criminal, clasificación psicopatológica de los delincuentes, programa de la criminología y organización sistemática de la defensa social. Sobre estas cuestiones divergía nuestro criterio del reinante, por ejemplo, en la escuela positiva; posteriormente sus partidarios han evolucionado, en casi todos los puntos, en consonancia con nuestras disidencias”.

Ingenieros pone el acento en las características psicopatológicas del delincuente, buscando en ella los estigmas de peligrosidad a los efectos de diagnosticarla antes de que esta se exprese a través del delito, es un diagnostico virtual y a futuro a los efectos de prever la conducta del sujeto. Para Ingenieros el delito pasa a segundo plano, lo importante es el autor del mismo, el delincuente, el cual debe ser diagnosticado y clasificado. Continúa y profundiza la teoría de la degeneración de Lombroso, de cual se considera discípulo. Vezetti lo señala en estos términos: “ Está nueva concepción acerca del criminal, que se va imponiendo, es sintetizada por el mismo Ingenieros: 1°) Los delincuentes suelen presentar anomalías biológicas que influyen en la determinación del delito. 2°) Algunos delincuentes presentan ausencia de congénita de sentido moral, constituyendo el tipo del delincuente nato. 3°) El determinismo excluye toda idea del libre albedrío en los delincuentes. 4°) El criterio de responsabilidad, en cualquier forma, es falso y artificial. 5°) El objetivo de la lucha contra el delito no debe castigar al delincuente sino imponerle en la imposibilidad de perjudicar a la sociedad. 6°) la represión debe hacerse según el criterio del peligro o temibilidad de cada delincuente, asegurando la defensa social”

Con Ingenieros queda asentada la idea de que la locura y la criminalidad tienen un árbol en común, el de la degeneración, en su obra la simulación de la locura afirma: “extremos de una serie donde se escalona una muchedumbre que sin ser honesta no es criminal, y sin ser cuerda no merece el manicomio”

3.- Helvio Fernández reemplaza a Ingenieros en la dirección del Instituto así como en la oficina de psiquiatría de la Penitenciaria, ejerce estos cargos desde 1914 a 1927. Dirige además de 1911 a 1914 la revista “Archivos”, que había fundado Ingenieros y funda en 1914 la “Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal”.

4.- Osvaldo Loudet reemplaza a Helvio Fernández en el Instituto de Criminología permaneciendo hasta 1934, continuando con la dirección del Instituto de Clasificación y Anexo Psiquiátrico. Elabora la Historia Clínica Criminológica, perfeccionando el Boletín Médico Psicológico creado por Ingenieros, la misma proponía un método para estudiar la personalidad del delincuente. La misma fue adoptada por varios institutos de criminología de América Latina, por ejemplo los de Quito, Bolivia, Colombia, Chile y Uruguay. Era evidente la influencia del Instituto de Criminología de Buenos Aires en la región.

Loudet crea la Sociedad Argentina de Criminología, organiza y preside el Primer Congreso Latino-Americano de Criminología que se celebra en Buenos Aires del 25 al 31 de julio de 1938. La importancia de este congreso se ve reflejada en la numerosa concurrencia, más de seiscientos participantes latinoamericanos y en el apoyo oficial para la realización del mismo cuya apertura estuvo a cargo del Ministro de Justicia Jorge Eduardo Coll.

El congreso tuvo el estado peligroso y la necesidad de establecer el índice medico psicológico de peligrosidad como uno de los puntos principales. Asimismo se estable la adopción a nivel continental de la Historia Clínica Criminológica de Loudet, quien la presenta de la siguiente manera: “La gloria indiscutible de Lombroso, y de la Escuela Italiana, fue estudiar al hombre delincuente con riguroso método científico. La biología y la clínica iluminaron el campo oscuro y desconocido de la antropología criminal. El método antropológico clínico significo investigar la naturaleza de aquel que comete el delito, sin lo cual es imposible investigar el delito mismo. La indagación antropológica tiene presente el desarrollo del hombre, la influencia de la raza, del sexo, de la edad, de la región, del ambiente, etc., según las leyes de la evolución, de la embriología, de la biología, de la sociología. La indagación puramente clínica estudia las causas de las perturbaciones funcionales orgánicas y psíquicas indicadas por la patología general y siguiendo las normas de la semiología médica en el estudio de las enfermedades”

Señala Rosa del Olmo: “En las conclusiones de Loudet se toma muy en cuenta el problema del individuo delincuente. Se difundiría la necesidad de una criminología clínica, así como la concepción del delincuente como un individuo anormal y peligroso, pero fundamentalmente psicópata”

IV.- Primer Congreso Latinoamericano de Criminología.

En Buenos Aires, julio de 1938, se realiza el Primer Congreso Latinoamericano de Criminología, presidido por el psiquiatra Osvaldo Loudet. Transitando las Actas del mismo, descubrimos que las ideas que proliferan corresponden al positivismo criminológico, pensamiento hegemónico de la época, con su concepción biologicista del ser humano y de la realidad social, el pensamiento ‘lombrosiano’.

Organizado por la Sociedad Argentina de Criminología, inaugurado por el Ministro de Justicia de la Nación Dr. Jorge Coll, se desarrolla desde el 25 al 31 de julio de 1938, asistiendo médicos, abogados, antropólogos, sociólogos de toda América Latina, acuden los más ‘destacados’ exponentes de la época del pensamiento psiquiátrico y jurídico acerca del menor.

Fue el punto culmine de la criminología argentina, impulsada fundamentalmente por los psiquiatras de la época, ellos construyeron una idea de la criminalidad fuertemente asociada a la enfermedad mental, a la degeneración y a la inmodificabilidad de la conducta, de ahí la necesidad de una pena por tiempo indeterminado, proponiendo entonces las medidas de seguridad, en las cuales la duración del encierro no está determinada por el delito cometido, sino por la peligrosidad del autor, reservando para el psiquiatra forense tal misión.

El criminólogo Alessandro Baratta: nos dirá “El delito era así reconducido por la escuela positiva a una concepción determinista de la realidad en la que el hombre resulta inserto y de la cual, a fin de cuentas, es expresión todo su comportamiento. El sistema penal se sustenta, pues, según la concepción de la escuela positiva, no tanto sobre el delito y sobre la clasificación de las acciones delictuosas, consideradas abstractamente y fuera de la personalidad del delincuente, sino más bien sobre el autor del delito, y sobre la clasificación tipológica de los autores” . Lo anormal, lo delictivo es propiedad biopsíquica del desviado, de forma congénita.

Es el auge del positivismo criminológico, cuya concepción fundamental consiste en considerar el acto antisocial como síntoma de una anormalidad biológica del autor, convirtiéndose el autor del delito en objeto de estudio de la ciencia médica, la psiquiatría y la criminología, disciplinas afines monopolizadas por el discurso medico positivista.

Esta concepción del delito, parte de la premisa de considerar al delincuente como un enfermo, lo que da la posibilidad de prescribir en vez de una pena un ‘tratamiento’ que se denominará medida de seguridad. La cárcel donde se cumplirá la misma será un establecimiento penitenciario psiquiátrico, donde a la par de la privación de la libertad se brindará el “tratamiento médico-psiquiátrico” que corresponda.

La pena impuesta recibirá el nombre de medida de seguridad y su duración no se corresponderá con el delito del que se acusa al reo, ni habrá sentencia judicial alguna, sino que su duración quedará condicionada por la “cura” de su enfermedad o el cese de su peligrosidad, quedando está determinada por la valoración del sujeto que realizará el médico psiquiatra forense. El médico asumirá el control pleno del sujeto alojado en la institución penitenciaria para delincuentes considerados enfermos.

Es la gran tarea del positivismo criminológico: el diagnóstico y la clasificación de aquellos sujetos que han cometido un delito, a los efectos de encontrar en ellos los estigmas de enfermedad que portan. Una vez clasificados serán remitidos a las instituciones disciplinadoras que proponen: cárceles, reformatorios, manicomios, escuelas especiales, etc. A su vez, firmes en su tarea de defensa de la sociedad, propondrán el diagnostico y la detección precoz de aquellos sujetos, que aunque no hayan cometido delito alguno, por sus características personales, biopsicológicas en mayor medida y sociales en segundo lugar, sean considerados proclives a realizar actos antisociales.

Hemos recorrido la historia del desarrollo de las ideas criminológicas en nuestro país, hoy un siglo después es conveniente mirar hacia atrás para reforzar los aciertos y evitar los errores cometidos a los efectos de analizar los nuevos paradigmas en psiquiatría forense, aquellos que hoy exige la sociedad.

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